sábado, 31 de enero de 2015

Soy sobrina de un superviviente del campo de exterminio de Mauthausen

Fui consciente de ello desde muy pequeña. En casa se hablaba quedo del asunto; no había que remover cosas turbias cuando aún vivía el dictador.
Mi familia republicana por parte de padre había perdido mucho: un padre en la cárcel de Alicante, un hijo muerto en la guerra, dos refugiados en Francia...
Mi tío José salvó a mi padre de un destino igual al suyo cuando se lo encontró en un campo de refugiados en el país vecino y le ordenó que volviera a España. Contra él todavía no había cargos. Se había ido a la guerra muy joven, no le había dado tiempo a nada. No se ensañarían con él si volvía. Mi padre le hizo caso... y vivió la vida de los perdedores en su país, en su pueblo, con sus caciques y su hambre en una casa de varios hermanos... rojos...
Mi tío José continuó en Francia, no tenía otra alternativa. Se había destacado en la guerra, si volvía era hombre muerto. Y allí, como si todavía no hubiera tenido bastante, lo hicieron prisionero los alemanes, y como a todos los republicanos españoles, lo llevaron al campo de exterminio de Mauthausen. Fue la negativa de Franco a reconocer la nacionalidad española de los prisioneros lo que hizo que fueran enviados a los campos como apátridas, por eso llevaban el triangulo azul. Algunos pocos llevaban el triángulo rojo de presos políticos. No sé cuál llevaba mi tío, supongo que le hubiera gustado más el último... Ahora ya no se lo podré preguntar...
Y no es porque muriera hace algunos años; en vida tampoco le preguntábamos mucho. Su mujer nos rogaba que no le sacáramos el tema porque se ponía muy nervioso y las pesadillas nocturnas arreciaban.
Las pocas veces que habló del campo se me han grabado para siempre. Es rigurosamente verdad que se les recibía con la famosa frase: "De aquí sólo saldréis de dos maneras: por esa chimenea (y señalaban las de los hornos crematorios) o, si queréis acabar antes, agarrados a la valla electrificada".
Hablaba de las interminables horas para que los contaran de pie en la nieve, por la mañana y por la noche, con solo el uniforme de presidiario encima. Cuando volvió a Francia, ya liberado, fue considerado invalido de guerra porque había perdido la sensibilidad en la punta de todos los dedos de las manos y pies.
También nos habló de la cantera, de esos 186 escalones de la muerte que tenían que subir varias veces al día cargados con las pesadas piedras. Todo el mundo sabe que esa escalera está regada con sangre de españoles.

Día de la liberación del campo de exterminio de Mauthausen (Austria)

Nos contaba que muchos no lo podían resistir y terminaban arrojándose desde arriba al vacío. Era una forma limpia de terminar lo que los nazis pretendían poco a poco, aprovechándose de su trabajo mientras podían hacerlo.
Decía que el trabajo en la cantera era extenuante y la locura de los nazis, también. Nunca sabían cómo iban a reaccionar a según qué cosas. Contó una vez que estaba tan exhausto y hambriento que dejó de picar piedra y se echó al suelo dispuesto a morir. Uno de los capos (presos con prerrogativas y que eran más crueles que la propia SS) empezó a darle una paliza de la que pensó que no saldría vivo. Entonces un soldado nazi lo interrumpió diciendo: "Deja en paz al petit espagnol". La vida pendía de un hilo, y ellos no sabían nunca cuándo se rompería.
Tuvo que ver cómo su amigo del alma, un catalán "pintor de cuadros y de cuadras", como él mismo decía con humor, le saludó alegremente diciéndole que iba a las duchas con los yugoslavos del campo. Nunca lo volvió a ver. Con el tiempo aprendería que podría soportar sacar en carretillas a los gaseados,  para llevarlos después a los hornos.
Todo este horror hizo que los españoles empezaran a organizarse: tenían experiencia por la guerra.
Y su suerte, poco a poco cambió: lo destinaron a las cocinas y entró en la Resistencia del campo. Desde llevar las peladuras sobrantes de las patatas a cualquier cosa que se pudiera robar, la organización de la Resistencia ayudó a los que más lo necesitaban.
Mi tío decía que fue eso lo que le salvó la vida, tener una misión que cumplir y aferrarse a ella. Desde entonces, los pequeños sabotajes en el campo eran un triunfo y una esperanza para los que ya no la tenían
Fue liberado por los americanos el 5 de mayo de 1945, tres años y medio después de haber entrado, pesaba 42 kilos.

Ficha detallada de los datos de mi tío en el buscador del Gobierno sobre presos en Campos de Concentración


Mucha gente se ha interesado en su historia. Primero en Francia, su país de adopción y donde vivió hasta su muerte, luego en España. Periodistas y escritores franceses se ofrecieron a poner su vida por escrito si él la contaba. Jamás lo consintió y nunca dijo por qué. Sin embargo fue un miembro activo de las sociedades que se crearon después al amparo de aquella barbarie.
Al final tuvo una vida feliz y murió a los 95 años. Venía todos los veranos y terminó comprándose una casa de recreo aquí. Me hubiera gustado hacerle hablar más veces y saber... ¡era historia viviente, muestra de que el horror existió! Pero se tensaba mucho y nosotros queríamos más al tío y hermano que al republicano exiliado que fue. Le dejábamos en paz, aunque ahora que pienso ir a Mathausen a rendirle homenaje, bien que lo siento.
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He dejado aquí parte de mi Memoria histórica. Yo, afortunadamente, no tengo muertos anónimos en zanjas, pero sí un familiar republicano español al que se le ha escamoteado la dignidad de su lucha durante muchos años, y aún hoy día. El primer presidente español que acudió a depositar un ramo de flores por los caídos en Mathausen fue Zapatero, y el único, que yo sepa.